Desde hace algunos años ya venía con la idea de irme a vivir sola, de tener mi propio espacio y de llevar totalmente sola las riendas de mi vida. Pero siempre por una razón o por otra parecía imposible o había otras prioridades: no me alcanzaba la plata, o prefería gastarla en otra cosa (¡me gusta mucho viajar!), o estaba empezando una carrera nueva, o estaba cambiando de trabajo, etc.
Pero en mayo de este año se alinearon los planetas: tenía suficiente dinero, estaba muy tranquila con la facultad (sólo cursé una materia que promocioné #nerd), el trabajo marchaba bien y me enamoré de este monoambiente muy cerca de donde vivo ahora:

Para lo indecisa que soy, tomé la decisión a la velocidad de la luz. Fui a verlo dos o tres veces, fui a ver otros para comparar y listo. Cuando me quise acordar ya era julio y estaba firmando. ¡Era oficialmente una adulta! Estaba por abandonar esa adolescencia eterna tan común hoy en día y entrando por la puerta grande al "fascinante" mundo de la gente "madura" y "responsable". Todo entre comillas, porque sabemos que no hay nada de fascinante en lidiar con el plomero, el administrador, el herrero, el electricista y demás profesionales del recauchutamiento hogareño y ya el primer mes pagué tarde las expensas y el teléfono.
En este momento, estoy con los pintores y mi adorado y luminoso monoambiente luce así:

Cuando se me pase el efecto del Alplax que tuve que tomarme al ver eso, continuaré con la bella y atrapante historia de mi mudanza.
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